**Un acensor en Babel**

El sol inquisitivo puede causar mella en la resistencia. No podía ver llegar el momento de entrar a ese lobby , hermético y de acondicionado aire para, de alguna manera casi obligatoria, tomar cinco minutos y secar mis espaldas de tanto sudor.

A 20 pasos de la entrada fue cuando caí en cuenta de la imponente proyección del orgulloso rascacielos. Miré hacia arriba y las ví: -dos lineas convergentes en su perspectiva, atacando el firmamento agresivamente con ansías de una altura que no pude dilucidar debido al camuflaje brindado por el cegador sol. Calculé 50 pisos y más de 200 metros mientras cerraba los ojos por el dolor que me causaban los blanquecinos rayos.
El enorme gigante de concreto, erigido como casi todo, a la enorme soberbia del hombre, que usaba de excusa la falta de espacio para aventurarse en un modelo de construcción vertical y elegante con miras de conquistar lo mas alto del cielo azul, realmente era impresionante, no lo niego. Pensar que estaba frente a un coloso de arena y piedras, que luego de haber nacido de una idea o un concepto, fue llevado al papel por un arquitecto, para en últimas instancias ser construido. Eso me decía mucho de la capacidad de creación del ser humano. De máquinas generadoras de ideas, pasabamos a ser pequeñas hormigas obreras y terminabamos convirtiéndonos en blancas gaviotas de la mar habitando los huecos de altísimos, rocosos precipicios. Todo esto en el abrir y cerrar de un ojo.

Entré a un lujoso lobbie. Mís pies se perdían en los intrínsecos diseños de rosetas negras dibujadas en enormes cuadros de mármol granitado y pulido. El techo del lugar estaba pintado cual fresco sixtino , y hacia alusión a la inmensa y apacible bóveda celeste. Se veían nubes, pájaros y más al fondo, casi llegando a la entrada de los acensores, se transformaba el decorado en una lilacea "tarde", dejando entrever unas cuantas puntilladas de pintura blanca a razón de nacientes estrellas.

Si la magnitud física de lo que ví antes de entrar era impresionante, el detalle y la exquisita disposición de los acabados en el interior eran dignos de recordar.

Mi cita era en el piso 40, una firma de ingenieros civiles que autogestionaban sus empresas, querían dar luz a un proyecto de respetables mágnitudes pero con un impacto ambiental de perfíl algo dudoso, por lo cual su agente de relaciones públicas les recomendo tener un portal Web para aclarar las dudas admisibles que puedan perjudicar de alguna manera la opinión del resto. Pensé que debía sentirme sucio y bajo, pero recapacité. Solamente los iría a escuchar y así aprovecharía para conocer más de su proyecto.

Al entrar de primero junto con 5 personas más al acensor inteligente, no tuve más remedio que ubicarme al fondo. Se cerraron las puertas y una cibernética, metálica voz nos informó de nuestra ubicación (PB), la humedad relativa, la hora y el pronóstico del tiempo, antes de comenzar su viaje escalonado hacia las alturas. Tenía frente a mí, y en espera de llegar a su destinos al igual que yo, a los más dispares personajes. Una dama rubia, elegantemente vestida en una fina chaqueta negra y de ultradelgadísimos anteojos argentados buscaba frenéticamente algún tipo de información en una mínima agenda, pasando de manera convulsiva y en un casi rítmico vaivén las pequeñas paginitas de atrás hacia adelante. A su lado derecho, un hombre vestido de chaqueta azul marino, de esas sin mangas y con múltiples bolsillos multiusos del tipo pescador, sujetaba con su mano derecha un enorme sobre Manila y con su izquierda un raspado casco de motociclista. Probablemente un mensajero. Atrás de él y justo a mi derecha, una señora entrada en sus 40 abriles buscaba algo en su enorme y desgastada cartera marrón mientra el niño que la acompañaba tosía intermitentemente. Por último, un señor con apariencia europea, de camisa manga corta, con un par de bolígrafos Cross asomándose discretamente de su bolsillo frontal, simplemente se balanceaba hacia adelante y atrás suavemente y con la mirada siempre fija en los números que marcaban el piso que el elevador iba recorriendo.

Durante todo lo que duró el viaje, y en sus distintas paradas, no hubo una sola palabra en el lugar. Nadie nisiquiera intercambió miradas. Cada cual iba sumergido en sus pensamientos e ideas, y un aparentemente cómodo silencio fue dueño del trayecto en todo momento.

Pensé que el elevador nos humanizaba pués demuestra cuan iguales somos todos. Todos los seres humanos, no importa la raza, el credo, el género, el estatus social o las tendencias políticas, necesitamos del elevador para llegar a los pisos de arriba. (Obviemos las escaleras).

Sin embargo también reflexioné sobre como retrata el elevador las brechas que exísten entre nosotros. El silencio en ese acensor, para los que intentamos aprender del prójimo, dibuja a la perfección las barreras que nos ponemos los seres humanos entre nosotros, y curioso es ver como un lugar que nos agrupa en nuestra necesidad similar y nuestras limitaciones, sea también lugar donde se puede ver tan claramente nuestras abismales diferencias por contraposición.

Es curioso pensar como nosotros, los mismos que construimos estas altísimas torres, somos tan incapaces de aprender como borrar las diferencias que nos desunen. Esas barreras que son madres del abuso, de la guerra, el odio y la intolerancia.

Somos capaces de moldear monumentos a nuestro ego pero no sabemos como compartirlos con el prójimo porque todos hablamos un idioma distinto.

Llegó mi piso, me esperá un buen negocio. Ojalá no necesite traductor.

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola:
Pasé a saludr y agraderte tu visita a mi blog

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